¿Acaso
un parque, esta rara invención urbana (sería absurdo pensar un
parque o una plaza en medio del campo), que encontramos en el planteo
inicial de toda ciudad, en particular de la ciudad moderna, y que
acompaña además, en una suerte de exotismo en miniatura, el
nacimiento de la noción de paisaje, espacio al mismo tiempo público
e íntimo, natural y geométrico, salvaje y civilizado; acaso un
parque no es el lugar más indicado para pensar nuestra condición
gregaria, nuestra pertenencia a un territorio, la forma con que
nuestro yo confronta el diálogo actual (aquí y ahora) de lo abierto
y lo cerrado, de lo planetario y lo local?
Cualquiera sea la respuesta que puedan encontrarse, es bueno saber que un parque no es, simplemente, el lugar donde uno va a caminar, a hacer ejercicios, a leer, a encontrarse con amigos, a tomar mate, ponerse al sol, a buscar un poco de aire, o a dejar descansar la mirada sobre el verde. Un parque es eso, sí, pero es también otra cosa: un lugar propio y universal en el que ensayamos, aunque brevemente, nuestras siempre primeras experiencias en ese inmenso y ajeno mundo exterior que nunca terminamos de conocer.
Cualquiera sea la respuesta que puedan encontrarse, es bueno saber que un parque no es, simplemente, el lugar donde uno va a caminar, a hacer ejercicios, a leer, a encontrarse con amigos, a tomar mate, ponerse al sol, a buscar un poco de aire, o a dejar descansar la mirada sobre el verde. Un parque es eso, sí, pero es también otra cosa: un lugar propio y universal en el que ensayamos, aunque brevemente, nuestras siempre primeras experiencias en ese inmenso y ajeno mundo exterior que nunca terminamos de conocer.
Sergio Delgado
Parques (Ediciones
UNL, 2023)